Ante la falta de ética bancaria, política y también comunicativa, quizá hay que retirar una generación de líderes viciados | Scriptor

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Antonio

Antonio Argandoña habla con gran acierto en su blog [Lecciones de (falta de ética) bancaria] sobre la falta de ética en el contexto bancario, entendida en términos de corrupción. Tanto si es de directivos individuales, como del consejo directivo de una entidad, en cuanto tal.

A fin de cuentas, dice, si no se retiran, si no se quitan de enmedio, si no se les expulsa o se les despide -además de condenar sus acciones y decisiones- a esos directivos individuales o a esos consejos directivos colectivamente corruptos, “puede que sea necesario retirar a esta generación de líderes viciados”.

A mi modo de ver, el mismo razonamiento se aplica a la ética política y a la ética comunicativa. Y no porque en buena parte las cuestiones de ética política y comunicativa han seguido el sendero -muchas veces, demasiadas veces, más vicioso que virtuoso- de la ética bancaria y empresarial. También porque resulta patente que una ética meramente consensual, sin referencias morales, ni es realmente ética, ni sirve de referencia y ayuda a conformar un comportamiento cívico digno y habitual de las personas.

Dicho esto, mejor leer lo que Antonio Argandoña razona sobre la ética bancaria. El lector puede muy bien sustituir esa referencia por la referencia al mundo político y al mundo de la comunicación pública. Siempre habrá matices, pero el trazo inicial tiene el mismo porte:

El Financial Times de hoy contiene unas cuantas piezas [ver, p.e. esta; la ref. ética directa, $] que son un buen caso de ética (o de falta de ética) en una institución bancaria. La noticia (también recogida en la prensa española[ver, p.e. aquí]) es que Barclays ha aceptado pagar una multa de 450 millones de dólares para zanjar una investigación por la manipulación de las cifras de los intereses del Libor. Esos intereses se fijan por acuerdo entre los bancos que llevan a cabo las grandes operaciones, de acuerdo con el tamaño de esas operaciones y los tipos cobrados o pagados. Lo que la investigación ha puesto de manifiesto (ya hace meses) es que algunos de esos bancos manipulaban las cifras, para no dar la imagen real, sino la que les interesaba a ellos. Barclays es solo la punta de iceberg; hay otros bancos en el affaire, más de 20. En una entrada reciente (aquí), hice notar que la corrupción es no tanto un problema de directivos inmorales, cuanto uno de culturas empresariales que fomentan o, al menos, permiten la corrupción. Este puede ser un caso manifiesto.
El editorial del Financial Times denuncia que “los banqueros implicados han traicionado una confianza pública importante (…). Y lo hicieron para ganar dinero, y para ocultar al resto del mundo el verdadero coste de la financiación”. Añade que este caso “dice mucho sobre la cultura podrida de Barclays”. Y recuerda unas palabras de Bob Diamond, el CEO de Barclays: “‘Es difícil definir la cultura’ explicó, ‘pero para mí la evidencia de la cultura es cómo se comporta la gente cuando nadie la ve’. Bueno, ahora ya lo sabemos”, concluye el editorial.
No es una manzana podrida, sino el cesto de un banco y, como el problema se extiende a otros muchos bancos, parece que es el cesto del sector en su totalidad (aunque seguro que hay alguna entidad que se salva). “Es un tema de cultura y de moralidad“, dice el editorialista. Y un lector, en una carta al periódico, se maravilla de que, después de tantos desaguisados en el sector financiero, “ni un solo miembro del consejo o director general ha presentado su dimisión”. Finalmente, Gillian Tett, la aguda comentarista financiera del Financial Times, abunda en estas ideas, y señala que “la historia del Libor no es una rareza”. Llueve sobre mojado.
Todos acaban pidiendo más regulaciones y sanciones. No seré yo quien no los pida, pero me gustaría señalar que, como decía en otro post hace unos días, los controles y las sanciones no resuelven esto. Hace falta mejorar el nivel ético del sector. Un directivo corrupto es un mal directivo. Punto. Y, por tanto, su consejo de administración tiene que despedirlo. Y si el consejo no lo hace, es que el consejo también es corrupto. Y entonces son los accionistas los que tienen que despedir al consejo. Y si no lo hacen ellos, lo debe reclamar la sociedad. Porque, como acaba el editorial ante mencionado, “puede que sea necesario retirar a esta generación de líderes viciados”.

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